Fuente Ovejuna | Salvador Cosío Gaona
2009-03-21 • Acentos
Más que sorpresa o asonada, vergüenza e indignación causan las desafortunadas declaraciones del Procurador Coronado Olmos y del secretario General de Gobierno Fernando Guzmán, quienes aceptaron sin mayor empacho la presencia en Jalisco de grupos delictivos como los Zetas o los integrantes del cártel del Golfo, a decir de los propios funcionarios, quienes de manera ligera abordan el tema como si se tratara de algo común o trivial.
Es muy delicado oficializar la estadía de criminales organizados en la entidad, como cínico argumentar que el estado ha hecho bien la tarea en el tema del combate a la inseguridad pública.
Si en verdad estos grupos ya operan en la geografía estatal, lo más seguro es que lo hagan con las amplias facilidades que la incapacidad e incompetencia de las medidas preventivas adoptadas por las instituciones encargadas de velar por la seguridad de los jaliscienses les han permitido.
No es novedad saber que tanto los índices de criminalidad como los niveles de inseguridad se han disparado en Jalisco, coincidentemente al arribo de los gobiernos panistas a quienes les ha faltado talento y sobrado ineptitud para enfrentar con esmero éste cáncer social.
El gobierno de Emilio González sigue ensimismado en priorizar el derroche de recursos del erario, como lo acaba de hacer al erogar más de quince millones de pesos para solventar un Festival de Tequila en el centro de Guadalajara, en vez de orientar el gasto en preparación, capacitación, adiestramiento, equipo e instalaciones para las corporaciones policíacas.
Una vez más se intenta con cortinas de humo, ocultar una realidad latente que el gobernador y sus secretarios insisten en disimular. Si todo se arreglara con tequila, todos los días serían de fiesta; pero para el jalisciense común, promedio, que son los más; aquellos que ni siquiera al dichoso festival pueden acudir gracias a las tardías, caras y mal hechas obras del centro histórico de la ciudad, la situación es otra y lo menos que un gobierno que se jacte de serlo debe hacer es brindarle seguridad; pero aquí, ni seguridad, ni empleo, ni mejores condiciones de vida.
La inseguridad crece, los ciudadanos vivimos el miedo todos los días, a cualquier hora y en cualquier punto de la ciudad o del estado, porque como ya lo hemos conocido los sicarios no distinguen género, edad, ni condición social.
Se vive la zozobra y el temor de ser asaltados, levantados, lesionados, plagiados, asesinados, mientras quienes están al frente de nuestra seguridad aceptan la incursión en el Estado de peligrosas bandas de criminales, al tiempo que se justifican con palabras, mientras que los hechos en las áreas urbanas y rurales evidencian su franca incapacidad para frenar el inminente crecimiento de la inseguridad en todas sus escalas y modalidades.
Es como el cuento del holgazán que se mecía plácidamente en su hamaca y que de repente gritó a su mujer que le llevará el suero antialacrán, a lo que ella cuestionó con angustia "¡te picó un alacrán!" mientras que el hombre replicó: "no pero ya se viene acercando..."
salvador@salvadorcosio.org
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