Fuente Ovejuna | Salvador Cosío Gaona
2007-04-28 • Acentos
Desde hace más de 30 años, los gobiernos federales en turno han insistido sin gran éxito en promover una reforma del Estado que sea trascendental para hacer más eficiente el funcionamiento del irrenunciable engranaje entre la sociedad y el gobierno.
La experiencia internacional nos da muestra de que es posible encaminar esfuerzos hacia mejores momentos. Japón, que fue devastado durante la Segunda Guerra Mundial, es hoy un inmejorable ejemplo de organización, sobre todo en el rubro económico; también China, el gigante asiático con su indiscutible presencia en todos los sectores de los mercados internacionales, o Chile que destaca de manera importante en América del Sur.
La reforma del Estado plantea la imperiosa necesidad de abordar los grandes temas de la agenda nacional. Asignaturas pendientes que por distintas causas no ha sido posible abordar, por falta de voluntad política quizá, por falta de convicción o simplemente por no haberse generado las condiciones necesarias de consenso y participación que hubieran permitido en otros tiempos establecer acciones concretas para hacer realidad y llevar a feliz término una reforma integral del Estado.
Para este ejercicio, que debe ser incluyente, plural, multidisciplinario y que debe contar con la firme y decida participación de los partidos políticos, los gobiernos de los estados y los poderes de la unión, no solamente se requiere de voluntad, sino también de compromiso para estar a la altura de las exigencias que plantean los nuevos tiempos.
No debe confundirse la reforma del Estado, como ya se ha hecho antes, con los cambios naturales que se originan a causa del inicio de un nuevo sexenio o de una nueva Legislatura de orden federal. La reforma del Estado va más allá de una concepción local y tiene que ver con la generalidad de la función gubernamental atendiendo de manera especial la particularidad de algunos rubros.
El país no puede quedar rezagado y las reformas no deben ser “remiendos” a propósito de las deficiencias que existen en el quehacer gubernamental y que inciden de manera directa en la sociedad.
De nada sirven las reformas aisladas que buscan desde su posición unilateral hacer frente a los retos del país. Tampoco sirve, como se estilaba en otros tiempos, excusarse ante la incompetencia propia de encabezar los consensos necesarios para alcanzar las reformas.
El país y los mexicanos no necesitamos más excusas ni más discursos, la sociedad exige hoy soluciones y respuestas a sus legítimos planteamientos.
Se busca entonces un ejercicio que multiplique los esfuerzos de los involucrados, entre ellos la sociedad en su conjunto, con el propósito de avanzar sobre aquellos aspectos de la vida nacional que hoy se encuentran en franco descuido.
Es necesario hacer a un lado los colores y el individualismo para fortalecer una idea general y construir una agenda común que privilegie el verdadero sentir de la sociedad mexicana, para que entonces sea posible coincidir en un rumbo que nos brinde certeza, que atienda las necesidades urgentes y que proyecte con claridad hacia el mediano y largo plazo las directrices que conduzcan cada una de las áreas fundamentales de la vida nacional.
Es claro que una reforma del Estado como la que exige el país no se construye ni siquiera en un sexenio, debe ser un proyecto incluso generacional, que atienda a los requerimientos de hoy pero que no excluya lo que a futuro pueda acontecer.
La planeación es un elemento fundamental de la actividad administrativa, entonces esta reforma debe ser el inicio de un esfuerzo que no termina con su aprobación, sino que inicia precisamente en ese momento y se proyecta como un “plan maestro” en torno de la realidad mexicana.
La reforma del Estado es parte de la transición de México hacia la democracia. Es fundamental para las aspiraciones de los gobiernos que entiendan que la razón principal del ejercicio gubernamental es la búsqueda del bien común, de que la sociedad y el país marchen de manera conjunta para que los indicadores macroeconómicos por fin se traduzcan en beneficios tangibles para gente.
Las políticas públicas deben dejar de una buena vez de ser instrumentos de la propia función pública y encaminarse hacia el origen de su naturaleza, la sociedad misma.
salvador@salvadorcosio.org
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