Fastuosidad improductiva

Fuente Ovejuna | Salvador Cosío Gaona

No hay casualidades ni coincidencias que puedan justificarse con arbitrarios argumentos retóricos carentes de sustento, es el caso de la inseguridad pública que mantiene en vilo a diversas ciudades del país y a millones de mexicanos.
Es imperante dar batalla decidida y frontal contra la delincuencia, los criminales y los cárteles que se han apostado y crecido en las principales plazas a la sombra de la impunidad, corrupción y complicidad de algunos malos gobiernos; más no a golpe de cañón, ni con improvisados operativos carentes de inteligencia y coordinación estratégica.
El Estado mexicano como responsable de garantizar y preservar la seguridad pública, debe delinear acciones contundentes, precisas y efectivas para enfrentar la problemática pero desde una óptica diferente a la que hasta hoy hemos visto y que sólo se ha traducido en ejecuciones al por mayor y en el aumento generalizado de la inseguridad en todas sus manifestaciones.
La gira de Calderón, primero por España y luego por EU, empañada por la “desaparición” de Diego Fernández, se ha tornado complicada, porque por un lado lleva el mensaje de la lucha que encabeza en contra de criminales y delincuentes, de la cual dice “se ha avanzado”; pero sin embargo, los hechos evidencian otra historia, máxime ahora cuando un reconocido político mexicano ha desaparecido generando toda clase de suspicacias e incluso la inexplicable autocensura del tema en algunos medios masivos de comunicación.
Felipe Calderón acude a su primera gira oficial en el vecino país del norte y desafortunadamente los trascendidos giraron más entorno a la fastuosa recepción de la que fue objeto Calderón, de los platillos servidos en los desayunos y comidas oficiales, del esquema de seguridad y los filtros para accesar a la Casa Blanca, incluso algunos medios prefirieron destacar los protocolos y los errores de traducción de los discursos, en un inequívoco reconocimiento a la improductividad de fondo de la visita de Calderón a Estados Unidos.
No hay nada que rescatar salvo la relación protocolaria, puesto que el propio Obama dejó en claro que nada puede hacer por el tema de la inmigración ya que no cuenta con los votos suficientes para impulsar una reforma integral que beneficie a nuestros connacionales.
La histórica relación de claroscuros que ha caracterizado nuestra obligada vecindad demanda de ambas partes primero el reconocimiento de nuestras intrínsecas diferencias, las causas generadoras, el grado de responsabilidad en cada lado de la frontera y las omisiones bilaterales que han propiciado el crecimiento de una problemática cada vez más aguda, más latente y más racista.
Es bueno el reconocimiento de los estadunidenses en el sentido de reconocer que su mercado proporciona a los delincuentes mexicanos las armas con las que aquí en el país se comenten toda clase de actos delictivos, sin embargo más allá del discurso no han hecho nada concreto para frenarlo.
Es buena también la recriminación de Felipe Calderón hacia la ley que pretende criminalizar a los inmigrantes en el estado de Arizona, pero ¿qué ha hecho él y su gobierno para impedir que más mexicanos tengan que buscar en otro lado las oportunidades que en su país les han sido negadas?
Calderón regresa sin nada, tal y como se fue; sin embargo tiene a cuestas el escrutinio social en torno a temas de vital trascendencia que no se solucionan ni con discursos, ni con retórica; sino con algo que nunca le hemos conocido a Felipe Calderón, capacidad para gobernar.

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