Fuente Ovejuna | Salvador Cosío Gaona
2010-02-20 • Acentos
Jalisco es un mosaico cultural. En el Estado conviven y convergen distintas corrientes del pensamiento y, lejos de ser una sociedad tradicionalista entendida erróneamente como “chapada a la antigua”, somos una sociedad dinámica, progresista y en constante evolución que no olvida sus raíces y las costumbres que nos identifican y le dan sustento al bagaje cultural de nuestro país.
Lo anterior no significa que nos hayamos quedado “estancados” en ideas y conceptos propios de otra época y otros tiempos, como muchos se aferran a creer hoy. El devenir histórico nos ha demostrado que la única constante es el cambio, cualquiera que sea su manifestación y aplicación, por lo que la evolución, el progreso y el desarrollo no tendrían razón de ser sin visionarios que se atrevan a cuestionar e impulsar ideas que, en momentos determinados, rompen con el aparente “deber ser” en aras de impulsar hacia otros estados de pensamiento. Muchos de ellos son incomprendidos y estigmatizados en vida, pero reconocidos y celebrados después por sus aportes en los diversos rubros del conocimiento. En tiempos de la Santa Inquisición , por ejemplo, hombres y mujeres de ciencia fueron sacrificados por sus ideas y trabajos bajo el simple argumento de atentar contra los designios divinos. Años después se ha demostrado que ni eran herejes ni mucho menos sus trabajos e investigaciones tenían que ver con situaciones demoníacas.
Resulta retrógrado que en un estado laico como lo es el nuestro haya quienes emprendan acciones en apariencia legales, pero cuyo origen principal, aunque no lo digan, siga siendo anteponer un interés religioso y personal a una cuestión que debiera ser netamente jurídica. La sociedad lo sabe y lo entiende así; porque como dijo alguien una vez, “lo que se ve no se juzga”.
El hecho de que Emilio González haya interpuesto una controversia constitucional contra las modificaciones que la ALDF realizó a su Código Civil, para permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo, tiene dos lecturas: la primera, y la más evidente, es la búsqueda de reflectores nacionales en virtud de un interés que, aunque legítimo, no deja de ser “oportunismo político-partidista”; la segunda es un intento por frenar un derecho de personas por el cual han luchado en este país quienes tienen diversa preferencia u orientación sexual, lo que no les impide tener los mismos derechos y obligaciones que el resto de la sociedad. Así, decir que Emilio González está defendiendo los intereses de los ciudadanos de Jalisco es una simple y llana mentira, porque es un hecho que no todos los habitantes del estado están a favor o en contra de los matrimonios entre personas del mismo sexo.
Los argumentos aportados como parte de la fundamentación de la controversia también son cuestionables, porque no se puede demostrar que haya un perjuicio a la defensa del derecho a la vida ni a la dignidad de las personas, mucho menos aquí en Jalisco donde el índice de desarrollo humano deja mucho que desear. Por el contrario: en naciones cuyo índice de desarrollo humano es mayor al promedio mexicano se ha implementado en todo su territorio la aprobación como un derecho inalienable de las personas el matrimonio entre parejas del mismo sexo, así como las sociedades de convivencia, sin que haya habido convulsión social.
Sin embargo, Emilio tiene prioridades: prefiere entrar al debate nacional asustando con “el petate del muerto”, sin mayores argumentos jurídicos que los cánones dictados desde los púlpitos, antes que atender las graves y crecientes problemáticas del estado que, con motivo de su tercer informe de actividades, se han vuelto a colocar en la agenda estatal para recordarnos a los jaliscienses sus múltiples e incumplidas promesas, producto de su incapaz, ineficiente y fallido gobierno.
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