Complicidad purpurada

Fuente Ovejuna | Salvador Cosío Gaona

Hoy más que nunca la Iglesia católica se encuentra en el ojo del huracán y bajo la lupa de millones de clérigos quienes inmutados ven caer un imperio que otrora ni siquiera era cuestionado, mucho menos acusado y sentenciado como lo es en estos días.
Ante la cruda realidad que grita y cimbra los oídos sordos de quienes niegan aún la podredumbre que con el paso de los años, el silencio de los cómplices y la vergüenza de las víctimas creció abismalmente; muchos purpurados no tienen más remedio que reconocer, como lo ha hecho el papa Benedicto XVI que al interior de la Iglesia, se conformaron, crecieron y desarrollaron múltiples redes de pederastia al amparo no de la cruz y la sotana, sino de los más bajos instintos carnales que dejaron ver el rostro oculto y perverso de hombres escudados detrás de los púlpitos.
Secreto a voces, leyendas urbanas, temas tabú por años so pena de “pecado” y herejía, la delincuencia al interior de la iglesia creció proporcionalmente a la impunidad y corrupción dentro de los propios seminarios e instituciones “formadoras” de religiosos.
No es sólo el tema de los Legionarios de cristo, ni de Marcial Maciel, ni de las reiteradas intromisiones del cardenal Juan Sandoval en todos los temas, ni siquiera de su innata capacidad para subyugar conciencias a su antojo y pretensiones, bajo la cínica y amenazante premisa de hacerlo en el nombre de Dios; es un tema amplio, de orígenes históricos, cuya columna vertebral ha sido siempre la complicidad directa o indirecta de los jerarcas católicos.
Sin embargo, a la Iglesia no la conforman sólo los hombres que con sus “debilidades” han manchado su reputación; también hay sacerdotes extraordinarios cuyo empeño se caracterizó por el fomento a los más altos valores morales y además por su contribución honesta y sin fines personales a obras de amplio servicio comunitario, como don Pedro Castro, don Avelino Sánchez, don Francisco Escalante o don David Orozco; por citar algunos.
Es necesario establecer puntos y a parte para los hombres que entendieron su vocación y le dieron sentido a su vida con el llamado espiritual al que respondieron con humildad, compromiso, decisión y honestidad. A ellos un reconocimiento y homenaje por sus dichos y por sus obras.
Pero tampoco hay que callar frente a la arbitrariedad y corrupción que corrompe el cuerpo y el espíritu de niños y jóvenes que atienden su vocación religiosa y se encuentran con la deplorable realidad que los obliga a permanecer esclavos de perversas condiciones de lujuria y satisfacción carnal.
Se debe actuar de frente, sin concesiones, duro, rápido y sin fuero alguno contra los delincuentes de sotana.
Desde hace tiempo se ha comentado que los titulares de las estructuras jerárquicas de mando de la Iglesia católica conocen de todo esto y han callado, con el pretexto de no generar morbo y perjuicio a la iglesia en general y a la fe de los pueblos; pero entonces de ser así, han solapado e incurrido en complicidad salvo en algunos señalamientos que mediaticamente han subido de volumen, donde han separado a los inculpados de su ministerios; pero eso no es suficiente, se requiere acción legal, denunciar y entregar a la justicia.
El cardenal Juan Sandoval Iñiguez conoce –porque así lo ha declarado– casos de pederastia en su diócesis y se ha quedado corto al comentarlo; no denunciar los hechos, solaparlos y defenderlos como lo ha hecho en algunos casos, lo convierte en encubridor y debe la autoridad citarlo para que rinda cuentas. ¿Por qué no al igual que lo hace con los demás temas aborda éste? ¿Será miedo, precaución o simplemente complicidad purpurada?

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