Fuente Ovejuna | Salvador Cosío Gaona
2011-09-17 • Acentos
El de Felipe Calderón es el sexenio del fracaso; de la violencia generalizada, miedo, sangre, desempleo, pobreza extrema, emergencias sanitarias, “ninis”, corrupción, impunidad, tráfico de influencias, escándalos políticos, alianzas perversas, pérdida de confianza y más de 60 mil muertos. No fue el sexenio de las ocurrencias, ni de las víboras prietas, botas de charol, el “comes y te vas” o la “pareja presidencial”, pero aún en el absurdo del régimen anterior, nadie puede afirmar que estamos mejor que antes.
Calderón se ha empecinado en un falaz discurso reparte culpas para excusarse de los errores propios, atribuyendo al pasado y otros gobiernos la caótica situación de inseguridad que vivimos; a la economía global, la falta de crecimiento, empleos y oportunidades; y a todos en general por no apostarle a sus fallidas estrategias que nos mantienen a la baja en los indicadores productivos.
No deja de llamar la atención que después de pasar por casi todos los puestos públicos, Calderón haya fracasado en la conducción del país; aún cuando creíamos que nadie podría superar las barrabasadas de Vicente Fox, al grado que en vez de ser una “chucha cuerera”, resultó una “chucha cuereada”.
Calderón también es culpable de la debacle del PAN y falta de liderazgos en su partido; no se ve para la siguiente elección un Clouthier como en 1988, un Diego Fernández de Cevallos como en 1994, un Fox como en 2000 e incluso como él mismo en 2006; desde ahora se anticipa la inminente derrota de Acción Nacional en las elecciones presidenciales.
Ya lo dijo el ocurrente Moreira, “El presidente hizo chuza con sus presidenciables, tiró todos los pinos”, al referirse al fracaso de Calderón por construir nuevos liderazgos; y es que el problema no fueron en su momento “los siete enanos” (Josefina Vázquez Mota, Santiago Creel, Ernesto Cordero, Emilio González, Alonso Lujambio, Javier Lozano y Félix Guerra), sino el dueño del circo.
Es el caso de Jalisco, donde Emilio González también ha ocupado diversos cargos que en teoría deberían garantizar una adecuada administración pública y sin embargo lejos de ser una “chucha cuerera”, también resultó ser una “chucha cuereada” por su fracaso.
Por encima del improvisado Alberto Cárdenas y del autócrata Ramírez Acuña, los despilfarros, torpezas y dislates de González han provocado enconos, desentendimiento político, estancamiento y retroceso en todos los rubros productivos del Estado.
Existe evidencia clara del fiasco de gobiernos que bajo la promesa del cambio sólo han sido perniciosos para la sociedad; no supieron gobernar ni dar resultados; pero sí dedicarse al botín, tráfico de influencias, peculado, corrupción y a propiciar la impunidad. Su actuar ha llevado a la sociedad al límite del hartazgo y exhibirlos como lo que son: unas tristes chuchas cuereadas.
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