Fuente Ovejuna | Salvador Cosío Gaona
2010-07-10 • Acentos
La sinergia de los nuevos tiempos aunado a un lamentable deterioro de los valores sociales y la ausencia de políticas públicas que promuevan el desarrollo integral del tejido social, ha propiciado un relajamiento de la concepción de la familia como unidad fundamental de la sociedad. Los gobiernos han sido rebasados por una delincuencia que crece y se multiplica mientras los gobernantes han dejado de crear condiciones de crecimiento y estabilidad social y económica.
La falta de empleo, el encarecimiento de la vida y la brecha creciente entre ricos y pobres que ha desaparecido la clase media para polarizar dos grupos, pocos que tienen mucho y muchos que tienen poco, ha modificado el esquema tradicional de las familias mexicanas; hoy existen indicadores de pobreza y de pobreza extrema aberrantes e inadmisibles.
La centralización de la riqueza en pocos sectores como política pública adoptada por gobiernos de derecha y extrema derecha ha creado ciudades cuyos polos de desarrollo están enmarcados por cinturones de pobreza y miseria, donde la falta de oportunidades y calidad de vida ha propiciado indiscriminados instintos de supervivencia que obligan a que esa parte de la sociedad se rebele contra la que están en mejores circunstancias.
La división de los poderes dentro del régimen federal que hemos adoptado como gobierno no ha sido entendida por los gobernantes, sino por el contrario, ha sido pretexto para “dejar de hacer” en aras de una incomprendida autonomía incapaz de encontrar en la coordinación de sus acciones la razón de ser y el fin primero del Estado que es el bien común.
Gracias a esas erráticas políticas de inequidad y de privilegio hacia quienes detentan los capitales es que ha crecido el fenómeno de la delincuencia y el crimen organizado. La complicidad del gobierno es tácita, puesto que amén de la verborrea y los estériles discursos, nada hay en concreto que ponga fin o por lo menos mengüe el estado de sitio hacia donde nos ha llevado la incapacidad e irresponsabilidad de desgobiernos como los de Felipe Calderón o Emilio González.
No nos resta como sociedad más que organizarnos para conformar un frente ciudadano que exija a las autoridades cumplir su responsabilidad ante el crecimiento de la inseguridad que vivimos.
Hay que reconocer el rotundo fracaso del Acuerdo Nacional por la Seguridad , la Justicia y la Legalidad que el gobierno federal suscribió junto con los gobiernos estatales como compromiso hacia la sociedad, pero que sólo quedó como una buena intención, una simulación más y un incumplimiento, en medio de la creciente inseguridad y estado de anarquía.
Lo que hoy vivimos es la consecuencia de gobiernos fallidos, de gobernantes enanos, ciegos y sordos, y de instituciones secuestradas y anquilosadas por funcionarios que se venden y se compran al amparo de la corrupción y la impunidad.
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