Principitos

Fuente Ovejuna | Salvador Cosío Gaona

La insoportable levedad del gel, terminó por evidenciar la realidad que se oculta tras el engominado copete del “principito” Enrique “Pena” Nieto, quien fue ridiculizado al hacerse haraquiri político, poniéndose de pechito provocando escarnio, vergüenza y pena ajena.
Peña Nieto dejó al descubierto su principal debilidad, que no es precisamente ser un neófito de la lectura, sino un farsante cuya imagen de principito o “rey chiquito” se la debe a la publicidad que le han construido el monopolio televisivo más grande del país y las revistas del corazón, a lo largo de los últimos años, a costa sin duda, del erario del Estado de México.
Lo menos que se esperaba del único precandidato del PRI, era un mínimo de congruencia entre su imagen y el perfil deseable de un hombre de Estado, preparado para enfrentar las vicisitudes de una nación que el Gobierno de Calderón ha enfilado peligrosamente hacia la categoría de Estado fallido.
Bastó una pifia, estando en el lugar y momento equivocado para desenmascararse y “encuerarse” no sólo frente a sus adversarios políticos, sino también ante quienes ya lo habían encumbrado en el olimpo a la categoría sino de Dios, por lo menos de “principito”.
Por el caño se fueron seis años de preparación, que seguramente sólo fueron cursos de actuación, de posar, de fingir la sonrisa, el discurso, el saludo, la reverencia y lo más grave, fingir que está preparado para gobernar, porque no se puede aspirar a ganar con un candidato que se derrota a sí mismo, víctima de su ignorancia.
Otro “principito” que enfundado en púrpura buscó ridículamente inmolarse, arremetiendo con su ligera lengua emanada no sólo de una prominente boca, sino también de una gigantesca ignorancia; gracias a “Dios” ya se va, y se va con la cola entre las patas, por la puerta de atrás y con el repudio de quienes legítimamente le han exigido denuncie los casos de pederastia que dice conocer.
No se puede desde el púlpito ofender la inteligencia de la sociedad sin esperar que sus absurdos provoquen airadas reacciones y que su lamentable tránsito al frente del Arzobispado de Guadalajara se haya manchado por su proclive debilidad de mezclar los temas religiosos con los de Estado, olvidando que “hay que dar al César lo que es del César y a Dios, lo que es de Dios”.
El boquiflojo Juan Sandoval, será recordado sólo por eso, porque como religioso, no supo ser el pastor que condujera a su iglesia a mejores estadíos, sino más bien, se convirtió en un incomodo “principito”, que como reza el dicho “estaba en todo, menos en misa”.
Llega sin embargo un hombre probo, Francisco Robles, quien tendrá la no sencilla tarea de reconstruir lo que Sandoval derruyó, se le desea suerte y el mayor de los éxitos.
Basta de “principitos” y de promesas falsas, basta de simulación e hipocresía, basta de chantaje y charlatanería, basta de falsos semidioses, lo que México y la sociedad requieren, no son poses ni caras bonitas, sino de hombres de carne y hueso, que no se sientan intocables e inalcanzables, pero que den los resultados que los ciudadanos exigen.

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