Con tinta sangre

Fuente Ovejuna | Salvador Cosío Gaona
2009-11-28 • Acentos
El líquido vital vuelve a aparecer fuertemente estampado en la historia de la máxima casa de estudios de Jalisco y en la de sus más encumbrados personajes.
La etapa sangrienta en la que quedaron enlistados los Medina Lúa, los Mora y hasta los Morales García, en los años más sombríos de la vida universitaria, pasando por la emboscada mortal a Carlos Ramírez Ladewig, parece seguir una grave resonancia hacia la época actual, en que la violencia cunde aún gota a gota.
La reciente inmolación de Carlos Briseño Torres, rector general de la Universidad de Guadalajara, que como es sabido, estaba en plena lucha por la restitución del Estado de derecho y la legalidad en la transfigurada hoy “máxima casa de los espectáculos y los eventos de relumbrón de occidente”, genera un elemento de fuerte reflexión y análisis tanto para los universitarios, como para la sociedad en general.
La forma “oficialmente registrada” como se da la trágica muerte del rector Briseño, más allá de recordar una escena similar que le tocó presenciar siendo un niño al personaje que desde hace más de 20 años se ostenta y actúa impúdica y cínicamente como el “ líder moral” o “factor general” del manejo económico, político y cultural de la universidad estatal y que sin duda le marcó su psique para siempre, es más que eso; el reflejo de la convulsión y la sinopsis de la violencia que se vive al seno de la “casa de estudios”, donde la constante, más que el celebrar avances en la cobertura e incremento en la calidad académica, lo es el simple incremento en las actividades de “extensión universitaria”, labores que al margen de la obligación formal de la universidad, se gestaron como símbolo de una visión de éxito universitario basado en el relumbrón y el manejo económico derrochador e incontrolado, que cual monstruo grande y voraz exige cada vez más para alimentarse y crecer mundanamente con la paradoja del exceso en las tareas extra académicas frente al “fulgor” y amplitud, ahora ya también en el extranjero de las actividades de mero resplandor.
La violencia que existe e intimida es latente, persistente y parece que repetida como suele ser la historia, seguirá ahí, pues cual ha sido la narrativa de encuentros y desencuentros entre autoridades generales y la cabeza claramente establecida del grupo que domina y maneja a su antojo nuestra Universidad, será con violencia y fuerza intimidatoria al amparo del amago de lucir la musculatura del férreo control de la estructura académica, laboral y estudiantil que podría movilizarse, para obligar a la autoridad en turno ceder de nuevo y otorgar las prebendas económicas que requiere el monstruo para seguir creciendo.
Carlos Briseño dedicó su vida a la Universidad, desde sus años como integrante de grupos estudiantiles, hasta los más de 20 en que se desempeñó como docente, investigador y funcionario. Quizá confiando en encontrar mayor valor y fortaleza en la comunidad universitaria y en la sociedad al llegar al más alto encargo de responsabilidad en la universidad pública de Jalisco, intentó estérilmente renovar su ruta y rumbo, modificar esquemas y romper vicios para reencontrarla con las necesidades sociales que exigen mayor cobertura educativa, mejor alcance científico y mayor respaldo pleno a la sociedad, por encima de las actividades de ilusión óptica, más lucrativas claro, pero más alejadas del compromiso real de una casa de estudios.
Sin embargo el monstruo reviró y a fuerza de imposiciones le arrebató el sueño de una universidad que todos anhelamos ver.
El reto sigue ahí, la lucha por la transparencia, la rendición de cuentas, la democratización, el mayor y mejor alcance de los objetivos sociales, entre tantas tareas pendientes; faltarán sólo hombres o mujeres de la talla del rector Carlos Briseño para impulsar una reforma que termine con el cacicazgo que hoy oprime a la Universidad de Guadalajara.
La muerte de Carlos Briseño debe quedar en la conciencia de todos los que la desearon, los que la lograron, los que la prohijaron, los que quizá resientan al tiempo los remordimientos por la traición y falta de fortaleza. En la de los que sigamos pensando que la sangre derramada, sea como sea, debe servir para terminar con la violencia y provocar el resurgimiento de una Universidad que no tenga dueños ni sea exclusiva de una estirpe ensimismada en el hambre y sed de poder a costa y por encima de lo que sea y de quien sea.
salvador@salvadorcosio.org

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